Tus ojos que han visto tan poco... ven tanto dentro de mí, que me da vértigo el reflejo. Grandes, y sin embargo aún pequeños. Oscuros y a la vez, lo más claro que jamás vi. Quiero verlo todo a través de tus ojos, quiero sentir el mundo contigo. Quiero enseñarte el mundo. Quiero que aprendas de mis errores, de mis bajezas, y, si vieras alguno, quiero que se me caiga la baba viéndote imitar mi acierto. Tus ojos que aún sin comprender, sin saber, lo comprenden y lo saben todo. Taladran los míos y se introducen dentro de mí, no solo en la cabeza sino en lo más profundo, en el alma. Alma que contigo encuentra un camino a seguir, una pista que no se puede soslayar. El camino de la salvación. ¿Cuántos hombres santos se han perdido por no haber encontrado unos ojos así? Tus ojos, hermosos como pocos, que ya saben reír pícaros, que ya saben pedir y conseguir el juego, el abrazo, la risa compartida. Tus ojos, que aún no saben odiar. Que no saben mentir. Cuando te veo dormido, con esos destellantes luceros cerrados, siento ganas de besarte. Y me da miedo. Y me da alegría. Miedo a despertarte. Alegría por volver a cruzar mi mirada con la tuya. Tus ojos laten y expanden más vida que tu propio corazón. Tus ojos dan vida a todo lo que te rodea, alcanzado por una radiación fecunda de felicidad y amor que ningún poeta intentaría jamás imitar. Pues eso son tus ojos. Poesía en estado puro. Poesía que promete y poesía que destruye. Que destruye dolor, recuerdos clavados, remordimientos, impotencias, iras y odios. Y el mejor poeta, tu sonrisa.
16.10.06
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